"Le enfurece pensar que no sabe exactamente lo que pasó entre su mujer y el mendigo, qué otras cosas se habrían dicho el uno al otro, pero no quiere volver a preguntarle, porque, no siendo de esperar que ella añada algo nuevo a lo ya contado, tendría él que aceptar como verdadero el relato dos veces hecho, y si ella estuviera mintiendo, no lo podrá saber él, pero ella sí, sabrá que miente y mintió, y se reirá de él por debajo del manto, como hay buenas razones para creer que se rió Eva de Adán, de modo más oculto, claro está, pues entonces aún no tenía manto que la tapase. Llegado a este punto, el pensamiento de José dió el siguiente e inevitable paso, ahora imagina al mendigo como un emisario del Tentador, el cual, habiendo mudado tanto los tiempos y siendo la gente de hoy más avisada, no cayó en la ingenuidad de repetir el ofrecimiento de un simple fruto natural, antes bien, parece que vino a traer la promesa de una tierra diferente, luminosa, sirviéndose, como de costumbre, de la credulidad y malicia de las mujeres."