El mundo ha
escondido misterios aún pendientes por resolver desde tiempos ancestrales,
algunos impulsados por la creatividad humana como las pinturas rupestres en
cuevas milenarias donde se pueden observar seres de forma humanoide con enormes
cascos parecidos a los que utilizan los modernos astronautas; cuadros
medievales en los que encontramos naves espaciales surcando los cielos a gran
velocidad; esculturas prehispánicas de una figura manipulando lo que pareciera
son los controles de una nave espacial; una puerta que no lleva a ningún lugar
en medio de una montaña perdida en los parajes peruanos; estos por mencionar
algunos de los miles de casos en los que el hombre tiene algo que ver, dejando
a un lado las misteriosas construcciones de templos o sitios arqueológicos que,
aún hoy en día, tienen un grado de complejidad arquitectónica increíble, como
Stonhage en la Gran Bretaña, la pirámide de Quetzalcoatl en Quintana Roo, o las
imponentes pirámides de Egipto, por mencionar unas cuantas. Si a estas
misteriosas, e impresionantes creaciones, añadimos las que nos regala la madre
naturaleza la lista se desborda, encontrándonos en un mar de preguntas que
muchas veces parecieran no tener respuestas, patrones que tienden a cumplirse
en orden para que “las cosas funcionen”, como si estuviera maquinándose un plan
maestro que alguien, o algo, puso en marcha hace miles de años atrás; Junji Ito
toma uno de estos misterios “naturales” para crear una novela gráfica de terror
al más puro estilo japonés. Debo decir que me llama mucho la atención todo lo
que se ha creado en esa isla asiática, dejándome la mayoría de las veces
maravillado por su creatividad, complejidad y visceralidad, me intriga de donde
surgen los miedos orientales, desde cuando han soñado con robots que libren
cruentas batallas para proteger la isla del asedio enemigo; sean videojuegos,
series de animación, cine, cómics o cualquier tipo de expresión artística,
muchas de las veces he quedado atónito ante las disparatadas historias que
cuentan sus autores, y esta no es la excepción.
Uzumaki cuenta
la historia de Kirie Goshima, una joven estudiante que vive en un pueblo
japonés situado en la costa llamado Kurouzu-Cho, un apacible pueblo de menos de
7,000 habitantes en los que se darán una serie de extraños eventos llevando a
sus habitantes al borde de la locura. Desde el inicio de esta historia de
terror comienzan a suscitarse extraños acontecimientos, siendo nuestra protagonista,
junto con su novio Shuichi Saito, quienes serán los encargados de intentar
dilucidar el misterio que envuelve al fantasmagórico pueblo a lo largo de 19 aterradores
capítulos más uno extra, que viene a servir como un primer acercamientos al
fenómeno que se suscita en Kurouzu-Cho; el primero de ellos, aparte de situar
al lector en el pueblo, presenta a la pareja protagonista de este relato, y en
pocas páginas nos encierra en lo que será la locura que vivirán los habitantes
de dicha comunidad a lo largo de esta obra, teniendo como primer caso al padre
del coprotagonista, el señor Saito, quien esta obsesionado con las formas espirales
que encuentra en la naturaleza y en muchas creaciones humanas, léase remolinos,
caracoles, trompos, el agua que se va por el inodoro, etc.; en su obcecación
visita al padre de Kirie, quien por oficio tiene la creación de figuras
cerámicas, y se maravilla con su trabajo, no tanto por el producto final sino
por la forma de elaborarlo, en base a la centrifuga que ayuda a elaborar con las
manos los jarrones, definiéndola como el “arte de la espiral”. La locura del
señor Saito se desborda cuando su esposa tira su colección de figuras en forma
de espiral, esto lo lleva a intentar crearlas con su cuerpo, siendo sus ojos
los primeros
en hacer la figura, moviendo sus órbitas oculares de tal forma que hagan una espiral, las viñetas comienzan a tener el sentido oscuro que permeará a lo largo del relato, haciendo un brutal acercamientos a los ojos del señor Saito, dejándonos atónitos y horrorizados; poco después de este suceso el padre de Shuichi sigue experimentando con su cuerpo, esta vez logra agigantar su lengua y enroscarla creando la perturbadora figura, pero su neurosis no tienen llenadera y en un arranque de locura se enrosca él en una tina circular, formando con su cuerpo la última espiral, ya que esta proeza lo llevo a su muerte; sin embargo, con su muerte no termina el problema, al contrario, es aquí donde comienza, ya que al morir la familia lo lleva al crematorio y, de sus cenizas, sale un humo negro de la chimenea del cuarto donde lo incineran el cual comienza a formar una espiral en el cielo y en algún momento se puede ver el rostro del perturbado señor Saito.
Los subsecuentes capítulos no hacen otra cosa que seguir la incontrolable locura espiral que se desata en el pueblo, algunos episodios están mejor resueltos, y producen mucho más miedo, que otros, la esposa de Saito enloquece después de la muerte de su marido, e intenta alejar la obsesión de su finado esposo de ella mutilando su cuerpo para tal fin, desde sus huellas dactilares hasta el interior de su oído; en otro capítulo conocemos a la nueva y popular chica del colegio, que trae locos a todos los jóvenes estudiantes, sólo para descubrir que una extraña marca en su frente en forma de espiral es la causante de la fascinación masculina; un episodio dedicado al oficio del padre de Kirie y como después de utilizar barro de un estanque situado en medio del pueblo (mismo que será clave para dilucidar el misterio que envuelve a Kurouzu-Cho), puede crear disparatas figuras que incluyen los rostros de los habitantes muertos que han sido cremados; uno más con una historia al estilo de “Romeo y Julieta” donde dos familias rivales se oponen a la relación de hijo e hija, pero su amor es más grande y logran entrelazar (de forma literal) sus vidas el uno al otro; otro dedicado a la extraña transformación de algunos estudiantes en caracoles y el asombro y estupor que esto produce en la comunidad estudiantil. Estos por mencionar algunos de los terroríficos ejemplos que encontramos en esta novela gráfica, todo representado con trazos en un inquietante blanco y negro, dejando algunos momentos “lúcidos” en color; la locura de este pueblo va acompañada de la falta de luz, eternos anocheres y días plagados de nubes negras, violentos pincelazos que generan sombras e inquietantes figuras nocturnas que se pasean durante el día, como si el tiempo no existiera en este lugar, haciendo que sus habitantes y toda persona que llega no pueda salir de esa espiral.
El gran trabajo
de Junji Ito no sólo se limita a escribir y dibujar esta historia, sino
adentrarnos en el terror que puedan generar los misterios de la naturaleza,
partiendo de estas figuras tan comunes como inquietantes, llevándolas a un
plano más elevado, el de la conciencia de “algo” que habita y se nutre de esa
obsesión, y que se vale de estas figuras para atrapar a quienes habitan un
pueblo maldito, convirtiendo a sus amables pobladores en hostiles defensores de
la espiral, aún cuando sus narradores son conscientes de la locura que se vive
en el pueblo, ellos comienzan a formar parte de ella. De esta forma el autor nos
sumerge en una historia de terror para demostrarnos que lo inquietante,
perverso y atemorizante no se encuentra solamente en el hombre y sus creaciones,
él sitúa al humano como un ser “sacrificable” para la naturaleza, un medio para
reordenar la descomposición que generamos, creando ciclos en los que, a través
de “su actuar”, reorganiza lo que estorba, sin tener ningún tipo de
contemplación, una especie de lección en la que el humano nunca saldrá bien
librado; Ito nos lleva de la mano descendiendo por una espiral que lejos de
verla como una historia de ficción, nos sitúa en un lugar sumamente endeble con
la naturaleza, esperando que sus ancestrales misterios no despierten para
terminar, no sólo con un pueblo, sino con toda la humanidad.