Las vacaciones
de verano eran simplemente maravillosas para Genaro, las mañanas y tardes eran
perfectas para jugar, las calles de tierra eran tomadas por decenas de niños y
niñas que no paraban de jugar, los pocos conductores que circulaban por la zona
eran cuidadosos, más que de no atropellar un niño, a no descomponer la
suspensión del auto por las terribles condiciones del camino, las madres salían
a asomarse ocasionalmente para ver cómo estaban sus retoños, sabedoras de que los
niños solían tener riñas constantes, ya sea por haber perdido un juego de
canicas o por quedar en último lugar en las “metitas”, afortunadamente para
ellas las vacaciones de verano estaban por concluir, el regreso a clases y las
tareas eran como un suspiro; a Genaro poco le importaba si se
iban a acabar las vacaciones ya que la temporada de uno de los eventos más
impactantes del año se encontraba en su apogeo, el constante aire que soplaba y
llenaba la ciudad de murmullos, era el elemento perfecto para poder volar un
papalote, todo le fascinaba de esos maravillosos juguetes, desde su meticulosa
elaboración hasta su enervante forma de conquistar el cielo; Genaro tenía un
amigo llamado Sebastián que vivía a tres casa de la suya, él sabía hacer
papalotes y lo enseñaba todas las mañanas y tardes sobre cómo hacerlos, ambos
trabajaban en el diseño de lo que iba a ser el cometa más temido del barrio,
competirían en uno de los espacios aéreos más gandallas de Xalapa, la Colonia
Aguacatal, figuras de la talla de “El Nazi”, un gigantón de 28 años que vivía
tres cuadras arriba, muy cerca de las faldas del cerro de Macuitepetl, este
bravucón era una especie de Baron Rojo en el barrio, “despachador” y “jalador”,
las dos únicas formas de ganar un duelo en el aire, Genaro imaginaba estas
batallas como dos dragones peleando encarnizadamente para ganar ese espacio
aéreo guiados por un hilo desde la azotea de una casa; la lista de
contendientes era extensa, sin embargo, esto no los asustaba, sabían que podían
liar con esas amenazas y muchas más, les preocupaba más cómo iba a quedar el
diseño de su obra de arte, la cara de Karmatrón había sido la elegida para
debutar en el aire, nadie había pensado en elaborar un papalote con la imagen del
kundalini mexicano ese final de verano de 1987. Cuando quedo listo el
maravilloso rostro plasmado en papel china, Genaro y Sebastián se detuvieron un
rato a admirarlo, no dijeron una sola palabra, los tenía impresionados, el
recuerdo de su creación perduraría en la memoria de ambos niños durante toda su
vida; decidieron elaborar una “cola” que estuviera a la altura del magno
evento, colocando tres navajas en fila para enfrentarse con quien se pusiera
enfrente, querían volarlo al día siguiente, las clases estaban a la vuelta de
la esquina y sabían que ya no tendrían tiempo para elaborar un papalote como
ese, aparte tenían un hambre voraz por surcar el horizonte, todo parecía estar
dispuesto, se despidieron esperando poder conciliar el sueño en lo que se veía
venir como una muy larga noche.
Genaro despertó cerca de las 10 de la mañana, se puso rápidamente su pantalón y salió
corriendo de su cuarto, subió a la azotea de su casa y saltó la de dos vecinos
hasta llegar a la de Sebastián, que ya lo esperaba con el papalote en la mano,
en el suelo había un “canuto de hilo del cero”, con este sujetaron el
papalote, la “zumbadora” dejo escuchar un rugido con una ráfaga de aire que
cruzo hacia el horizonte, Genaro imaginó el papalote sufriendo una
transformación en el aire, adquiriendo un tamaño descomunal, devorando todos
los papalotes e incluso comiéndose al temido “Nazi”; todo estaba listo, Genaro
tomó el papalote y cruzo las azoteas hasta llegar a la de su casa, puso el
papalote de frente al viento, Sebastián se encontraba al lado opuesto, en su
azotea listo para jalar con fuerza el hilo al primer ventarrón que sintiera, el
momento no se hizo esperar, un gélido pero intenso aire los tocó dando la señal
a ambos del momento del despegue, el cual fue todo un éxito, Genaro miró
atónito durante un largo rato como el rostro de Karmatrón se suspendía en el
aire, las nubes del fondo servían como un marco ideal para esa estupenda obra
de arte, a lo lejos se asomó el papalote de “El Nazi”, una suástica negra sobre
un intenso rojo de fondo apareció en el firmamento, un escalofrío recorrió a
Genaro quien sabía que el momento de la verdad había llegado, Sebastián le
entregó el papalote a sabiendas de que su amigo era más diestro en el arte del
forcejeo aéreo. Genaro “llamó” el papalote, quería colocarse detrás del que
piloteaba “El Nazi”, quería aprovechar el momento, la suástica flotaba de forma
estable, no se le veía coleando amenazante buscando “despachar” o “enredarse”
con quien se cruce en su camino, cuando estuvo justo encima Genaro dejo ir el
hilo dejando caer el papalote encima del otro, todo parecía perfecto estaban a
un metro de despachar al más grueso de la “Guaca” pero la cola de otro papalote
apareció enfrente de sus ojos, a escasos metros de ellos, justo arriba del hilo
que conducía a Karmatrón, sus caras se transformaron, Genaro sacudió la mano
con violencia intentando esquivar la arremetida del nuevo rival, todos sus
esfuerzos fueron en vano, la navaja corto el hilo y el papalote se desprendió
alejándose de ellos, siguieron su trayectoria hasta atorarse en medio de las
ramas de un árbol, ambos soltaron un gemido, se tiraron de rodillas sobre el
suelo y se miraron furiosos, no dijeron nada durante un rato, habían sido
“despchados” por el nuevo niño de la calle, Abel se llamaba y, a pesar del gran
enojo que le tuvieron en ese momento, comenzaron a llevarse con él, al grado de
que al siguiente año, los tres construirían a “Ultraman”, el papalote cósmico,
como le decían.
Nadie supo a
ciencia cierta que paso con Karmatrón, había muchos rumores, algunos dijeron
que nadie pudo bajarlo y que llego un momento en que el árbol lo absorbió,
otros decían que “El Nazi” lo había rescatado y lo tenía colgado en la sala de
su casa, algunos llegaron a comentar que un loco que escapó del psiquiátrico
que se encontraba en la entrada al cerro, lo tenía en su poder y que todos los días se
dibujaba volándolo en distintas ciudades del mundo, había historias más
disparatadas como la de un duende que habitaba en el cerro lo tenía en su poder
y lo volaba todas las noches, pero ninguna era consistente, la realidad era que
nadie tenía la más mínima idea de donde estaba, pero algo fue muy cierto, su
legado en el barrio aún se escucha cuando el aire resopla recorriendo todas las
casas del barrio, ahora ya no hay niños en las azoteas, pero si se pone
atención, se puede ver, de vez en cuando, las grandes batallas que libraron
todos los papaloteros del barrio, los papaloteros de la Aguacatal.