Debo admitir que no soy seguidor asiduo del género musical en
el cine, tengo la sensación, tal vez errónea, de que este pertenece más al
teatro, el lenguaje corporal en este tipo de películas concuerda más con la
exageración que requiere el arte de bambalinas, el cine no requiere de estos
gestos ya que recurre a la posición de la cámara con respecto al actor, así
como a la iluminación y demás recursos técnicos con los que cuenta el séptimo
arte; aunque debo admitir que hay musicales que me han gustado, y mucho, la
aventura animada que emprenden los integrantes del cuarteto de Liverpool en “El
submarino amarillo” (George Dunning, 1968) se me hizo una alternativa bastante
surrealista a la postura acrítica e infantil que en ese entonces tenía Disney;
los mismos Beatles ceden su obra musical a otra pieza cinematográfica, en una
mezcla de animación y live action “A través del universo” (Julie Taymor, 2007) oscila
entre el mundo caricaturesco de la cinta sesentera de Dunning y la puesta en
escena estelarizada por Eva Rachel Wood y Jim Sturges; dentro de este
repertorio musical encontramos otros grandes éxitos como “Vaselina” (Randal
Kleiser, 1978), “Willy Wonka y la fábrica de chocolates” (Mel Stuar, 1971) o la
innovadora “Moonwalker” (Jerry Krammer, 1988), entre muchas otras más.
La nueva, y segunda película de Damien Chazelle, quien fuera
nominado al Oscar en 2015 por su ópera prima “Whiplash”, se inscribe en este
género, “La, la, land” (2016) cuenta la historia de amor a través de un
encuentro accidental entre Sebastian (interpretado por Ryan Gossling) un
apasionado pianista obsesionado con el jazz, y Mia (interpretada por Emma
Stone) una ingenua chica californiana en busca del éxito en Hollywood como
actríz, quienes después de un altercado en medio del tráfico de la ciudad de
Los Angeles, California, tienen un encuentro en un restaurante donde ella
escucha una pieza musical que él tocaba en un piano, cuando ella intenta
felicitarlo él la choca saliendo del lugar sin disculparse, sin embargo, la
terquedad del destino hizo que nuevamente se encontraran, esta vez el encuentro
tuvo un resultado distinto, dejando entrever el surgimiento de una chispa que
crecerá conforme transcurre el film, añadiendo a su amor sus sueños y metas,
mismos que, en algún momento, tomarán un roll definitorio en la vida de ambos.
El tratamiento de la película dista un poco de otros
musicales que he visto, las canciones y secuencias de baile no se explotan
tanto como en otros filmes del mismo género,
ambas actuaciones se sienten muy solidas, rasgo que ambos actores han
conseguido en su carrera cinematográfica, al grado de que ambos interpretes,
Gossling y Stone, han sido nominados al Oscar a mejor actuación, así como a
otros importantes premios que se reparten alrededor del mundo; de hecho, la película
tiene 14 nominaciones al Oscar, entre las que se encuentran mejor película,
mejor director, mejor guión, mejor fotografía, entre otros. Esto habla de una
película de excelente manufactura en todos los departamentos, la calidad
fílmica se nota, la historia nos alienta y emociona, haciendo palpitar el
corazón al ritmo de las pegajosas melodías y, a su vez, nos angustia y
entristece de la misma manera, con notas musicales que nos desgarran el alma;
las expectativas que se generan por la relación amorosa de ambos personajes se
diluyen con las pretensiones profesionales de ambos, los logros laborales y el
éxito personal se vuelven un obstáculo, esto hace que la cinta tome un rumbo
distinto al planteado durante el primer tercio, la vuelca de tuerca sienta muy
bien, cuando parecía que la historia parecía convertirse en una comedia
romántica, de las que Hollywood tiene ya suficientes, esta se aleja de esos
melosos y hostigantes guiones y se
adapta a la realidad humana, con todo y sus complejidades de pareja, sus
desaires, sus peleas, sus desencuentros, pero sobre todo, sus decisiones.
La cinta pareciera desarrollarse en un mundo atemporal, el
inicio me situó en la década de los 90, y conforme fue transcurriendo el
vestuario y canciones hicieron que oscilara entre el presente y el pasado, en
un recorrido que me llevo a sentir los años cuarenta, cincuenta, sesenta,
setenta y ochenta; pareciera que el director pretendiera jugar con las épocas,
como si estas sirvieran como mero telón de fondo para la vida de cualquier
individuo, su discurso pareciera decirnos que lo único que no cambian son las
emociones, la emoción de un nuevo amor, el dolor de un desencuentro, la
humanidad esta llena de esos momentos y Chazelle los muestra con dos personajes
que podrían trascender el tiempo, esos amores que no tienen fecha de
elaboración o caducidad, amores que desgarran, que se sienten naturales, como
parte de una cotidianidad, como parte de la naturaleza humana y toda su
complejidad, a su vez nos da cuenta de la importancia de una decisión, de cómo
un arrebato puede cambiar el destino, de cómo un beso o un simple roce puede
hacer girar el mundo de dos personas. Esta esencia es lo que maravilla y deja
atónito, es lo que nos hace humanos, el error, Chazelle logra, a través del
cine, demostrarnos el “que hubiera sido si…”, sin embargo, y lamentablemente,
en la vida esto no se puede conseguir, una vez emprendido un camino no hay
marcha atrás, el tiempo real no regresa, se puede ciclar, pero transcurre sin
dar miramientos de la felicidad o el dolor que pueda causar, y aún cuando la
decisión pareciera no ser la mejor, la vida da otra oportunidad, un guiño que
pareciera ser una esperanza, una sonrisa que despierta la emoción, como una
canción que se escucha infinidad de veces y siempre produce la misma emoción.