Las series orientales y asiáticas, han cobrado gran auge en el público juvenil, los famosos doramas sudcoreanos son muy buscados en las plataformas digitales, así como las cintas de horror de zombies producidas en aquel país. Hoy toca el turno de analizar una serie de la que se han hecho una infinidad de memes, parodias, etc., y que está muy en presente en el imaginario actual, me refiero a “El juego del calamar”, que retrata la vida de un grupo de personas, hombres y mujeres, con serios problemas de deudas financieras, algunos de ellos desahuciados, quienes están dispuestos a luchar/jugar hasta la muerte por conseguir una enorme suma de dinero para poder librarse de sus deudas y problemas. El director Hwang Dong-Hyuk, toma premisas como la serie de películas Saw, donde los protagonistas tienen que sortear una serie de retos en los que tienen que hacer sacrificios en pos de salir airosos de una situación mortal, Hwang lo hace usando juegos infantiles coreanos, mismos que se convierten en mortíferas trampas para los participantes que tienen que buscar su salvación a costa de los demás; a su vez, hace uso del espectáculo grotesco de la competencia a muerte, el nuevo coliseo romano, donde los poderosos, los dueños del capital, disfrutan de sangrientos juegos para su deleite personal.
“El juego del calamar” consta de 9 episodios, que oscilan entre los 50 minutos y poco más de una hora de duración, salvo el penúltimo episodio “El hombre del frente” que, extrañamente, dura poco más de media hora; la serie cuenta la historia de un hombre que vive en la pobreza con su madre, sin trabajo, un holgazán que se la pasa apostando en carreras de caballo, derivada de la cual tiene una deuda con un grupo de mafiosos, pero, por azares del destino (situación que durante el episodio final se nos revela que no fue tan azarística), conoce a un joven que lo invita a participar de un juego, del que si sale ganador se hará acreedor a dinero que lo puede sacar de sus problemas. Derivado de esta premisa, la serie comienza a mostrarse en su forma más ruin, el morbo estético por la sangre, el cual consigue desde el primer juego, en el cual los 456 participantes tienen que moverse mientras una siniestra muñeca mecánica canta una canción, al detenerse todos aquellos que sigan en movimiento son masacrados por armas automáticas dispuestas en el gran salón que sirve de coliseo para los participantes; esta apuesta por la sangre rige lo que será el apartado estético de la serie, los borbotones chorrean por todos lados desde este episodio inicial; sin embargo, después de una votación en la que la mayoría de los participantes decide dejar el juego, se nos presenta un momento para darnos un respiro, una pausa para conocer un poco más las dolencias de los personajes involucrados, así como profundizar un poco más en ellos, en su desarrollo previo a la escalada violenta de la serie, que resta el sentido emocional, mismo que se avisora en los últimos episodios, aunque cuesta trabajo simpatizar con el dolor cuando las decisiones previamente tomadas rompían cualquier sentido de compasión. Con esto no quiero decir que la serie sea mala, ni mucho menos, la serie esta bien llevada, las subtramas se desarrollan de forma orgánica con la trama central, aún cuando deja varios cabos sueltos, sin embargo, este tipo de productos tienden a dejar este tipo de premisas incompletas para después abordarlas en caso de que funcione de buena manera, que mejor ejemplo que “Saw” que ya lleva varias películas jugando a la misma apuesta. “El juego del calamar” nos lleva del dolor físico al emocional a lo largo de los episodios, dejando para los últimos dos la carga sensible más fuerte, situación que no pasa desapercibida ya que es aquí donde puede surgir la interrogante de ¿por qué al final?, los personajes comienza su cambio, unos hacia el lado más maligno del hombre, otros hacia el extremo compasivo, una lección que llega tarde y se siente con un cierto desfase en función del ritmo que la serie tenía hasta ese momento, las secuencias se comienzan a hacer más largas, dejando el peso del plano al protagonismo lacrimógeno de los actores, los vacíos de diálogos suman a esta apuesta del director, y es aquí donde se siente una perdida de fuerza argumental, la caída le resta impacto al discurso que se apetecía implacable, la necesidad y el dinero son una combinación mortalmente sangrienta, para dar lugar a una redención previsible y funcional, un retrato que ya se ha visto con el mismo personaje vestido con otras prendas.
Al final, estas series vienen a dar un aire fresco, es maravilloso poder conocer propuestas y apuestas de otras latitudes del orbe, algunas serán mejores que otras, pero lo más valioso es poder verlas y saber que no todo es Made in Hollywood, y que hay otros lugares muy lejanos donde hay escritores, directores, productores, actores y todo el departamento artístico que participa en un producción que cuentan con la misma capacidad creativa, estética y argumental que los grandes estudios, incluso el mismo lenguaje se convierte en algo novedoso, dejar a un lado el inglés para adentrarnos al coreano, al chino, al japonés, esto es lo que me llena al ver películas o series lejanas, esa sensación de acercamiento, como un juego de niños en los que muchos de ellos ríen y juegan sin saber si quiera que después de eso se vuelvan a ver.