El control mental es una idea que muchos teóricos de la conspiración mencionan como si esto ya fuera posible, o esta en etapas tempranas de desarrollo, con la CIA y su proyecto MK Ultra como una de las más recurrentes ideas en dichas posturas; el cine también ha teorizado y ahondado sobre este controvertido tema, “El origen” (2010) de Christopher Nola o, “Ex Machina” (2014) de Alex Garland son dos ejemplos modernos y que, cada uno a su manera, lo explora de distintas formas y con diferentes discursos, por un lado nos embarcamos en el mundo de lo onírico con Nolan, y por el otro explorando el avance tecnológico de una IA sumamente manipuladora y peligrosa. Brandon Cronnenberg, hijo del aclamado y polémico director canadiense David Cronenberg, explora el concepto del asesino desalmado a través del control mental, así como el vacío emocional que implica la decisión de quitar la vida a una persona.
“Possesor” se estrenó el 4 de octubre de 2020 en los Estados Unidos, pero no fue sino hasta los primeros días de febrero de este 2021 que se estrenó en México derivado de los retrasos que el COVID 19 trajo a la industria cinematográfica mundial; la cinta nos sitúa en un futuro en el que el control mental ya es posible, una organización secreta selecciona objetivos de personajes importantes que deben ser ejecutados, por motivos empresariales o políticos, cual sea la justificación el sujeto debe ser eliminado a toda costa; esto lo consigue secuestrando personas cercanas al objetivo para que después, a través de un implante que de manera muy gráfica el director nos muestra su inserción en algún lugar de la cabeza, sea manipulado por otro sujeto que lo controla mentalmente desde una maquina lejana que sirve para enviar las señales de un cerebro a otro. El argumento de la cinta es muy bueno, tal vez el director pudo haber profundizado más en los personajes y los conflictos que trae consigo el entrar en otra mente humana y explorar los rincones de su conciencia, hace algunas pausas para mostrarnos de forma un poco escueta dicha problemática. La película es protagonizada por Andrea Riseborough, que se le conoce por su papel de “Victoria” en la película “Oblivion” (Joseph Kosinski, 2013) protagonizada por Tom Cruise, en “Possesor” da vida a Tasya Vos, una despiadada asesina, la cual se nos presenta en la secuencia inicial del film como una mujer ávida por matar, cumpliendo su trabajo de forma eficiente, sangrienta y violenta; y es desde esta primera escena que Cronnenberg nos muestra el tono del film, cruento y asqueroso, con secuencias no aptas para estómagos delicados, haciendo una reverencia al cine hecho por su padre, sobre todo tomando como una lejana referencia a “eXistenZ” (David Cronenberg, 1999). Tras este violento inicio, Tasya tiene que cumplir con un protocolo para saber si después de haber manipulado la mente de otra persona, tiene algún daño mental, el cual se solventa después de mostrarle una serie de objetos que tienen relación directa con un recuerdo en la vida de nuestra protagonista, quien después de sortear dicha prueba, se dirige a su hogar, donde la esperan su esposo y su pequeño hijo; durante este breve periodo se nos muestra uno de los conflictos principales del personaje, y que la lleva a ser tan sanguinaria, la perdida de sensibilidad, los estragos que ha dejado una carrera profesional plagada de sangre e irrupciones mentales ajenas, lamentablemente, y como lo mencioné anteriormente, el director no explora esta emociones tan profundas y confusas, se limita a exponer el conflicto mediante su familia y la poca importancia de esta en su vida, un recurso recurrente en buena parte del cine, el director, en aras por hacer una cinta más corta (1 hora 43 minutos es su duración), decide darle más importancia al desarrollo del segundo acto, esto no es malo en sí, pero creo que dicho personaje pudo tener mejores matices si se hubiera explorado un poco más su perturbada personalidad, ya que la cinta nos deja entrever los estragos que esta manipulación trae consigo. En el apartado técnico la cinta cumple su cometido, teniendo en la fotografía a su mejor aliada, la película esta plagada de primerísimos planos detalle de los momentos violentos del film, y vaya que son varios, Karim Hussain nos muestra los detalles más grotescos de la violencia generada por Tasya de forma contundente, la elección de planos en dichas secuencias hacen que estas sean atroces y brutales, sumado a esto, Cronenberg se apoya de una paleta que colores que tienden al rojo en escenas y secuencias clave, como esta especie de transiciones mentales donde ambas mentes se encuentran y luchan por el control. La banda sonora pasa a segundo plano, la composición visual es la protagonista de esta historia, incluso las interpretaciones de todos los actores pasa a ser un mero elemento que justifica la imagen, Andrea Riseborough cumple en mostrarnos la frialdad de Tasya, con un papel muy semejante al interpretado por Ryan Gossling en “Dirve” (Nicolas Winiding Refn, 2011); Christopher Abott, quien interpreta a Colin Tate, es quien se lleva el peso histriónico más fuerte, ya que sobre él se debaten ambas personalidades, la suya y la de Tasya, quien lo manipula para matar a un prestigiado empresario tecnológico, sin embargo, y como se nos sugiere al inicio, Tasya no puede desconectarse de la persona que la hospeda, esto lo hace matándolo, un suicidio involuntario, y hace que permanezca en el cuerpo de forma indefinida; Tate lo hace bien, pero una vez más ese hueco en el guión es el que nos impide empatizar de manera más profunda con los personajes, nos impide verlos en la magnitud necesaria para que esta sea una película redonda.
El segundo film de Cronenberg lo sitúa como un director arriesgado, siguiendo de forma religiosa los primeros pasos de su padre, quien también caracterizó la primera etapa de su carrera en apostar por un cine alejado de lo comercial, y “Possesor” de comercial no tiene nada, desde la elección de un reparto que ha secundado papeles protagónicos más que interpretarlos, hasta la elección del equipo técnico; Brandon apuesta por un cine en el que la plástica juega un papel fundamental, una obsesión enfermiza por lo grotesco, en el que la violencia y la sed por la sangre juega un papel determinante y fulminante, un pecado en el que caen los protagonistas, un gusto culposo que crece y transforma su esencia conforme transcurre el film, un lugar escondido en lo más profundo de la psique humana , un sitio mental colmado por el vacío, la insensibilidad, el deseo mortal, donde todo se puede sacrificar, y teniendo en el trabajo, esa enfermiza necesidad de ver sangre y saciar el hambre de quitarle la vida a alguien más.