La evolución (o involución)
del mundo ha ido de la mano de muestras grotescas y atroces de lo que el ser
humano es capaz de hacer: guerras, miseria, codicia, dinero, armas, y un
larguísimo etcétera llenan la lista de barbaridades, lo peor es que la mayoría
de estas perversiones están elaboradas o planeadas por una sola persona, y en
algunos casos, subsecuentadas por un grupo de feligreses que apoyan al líder en
turno; sin embargo, hay otras que sólo requieren el envalentonamiento de un
individuo para cambiar la vida de una persona, de una familia, de una
comunidad, e incluso llegar a cimbrar las bases mismas de una nación entera;
tal es el caso de esta cinta del irlandés Lenny Abrahamson, “La habitación”
(Room, 2015), que nos trae la desgarradora historia de Ma, interpretada
magistralmente por Brie Larson, quien con este papel se llevó el máximo premio
que otorga la academia norteamericana, el Oscar como mejor actriz; y su hijo
Jack, con la también notoria actuación del pequeño Jacob Tremblay. La historia
nos sitúa 7 años después del secuestro de Ma a manos de Old Nick, interpretado
por Sean Bridgers, y gira en torno a la relación entre madre e hijo, ambos encerrados
(encapsulados) en un pequeño cobertizo, en donde el tiempo no tiene ningún
sentido, y el único motivo para que Ma siga en pie es el enorme amor que tiene
por Jack; educándolo, jugando con él, regañándolo, besándolo, amándolo,
compartiendo día a día el encierro y la claustrofobia, mientras el pequeño no
tiene idea alguna de lo que existe afuera de esa pequeña habitación, creyendo
que el mundo se compone únicamente por lo que tiene a su alcance: sillas,
inodoro, mesa, cocina, horno, etc., así como por el amor de su madre, por lo
que su imaginación le permite crear; estos momentos de la cinta son los que nos
demuestran que un niño es capaz de crear universos tan fantásticos con tan sólo
pensarlos, dibujarlos, jugarlos, logrando con su increíble inocencia y amor que
su madre no caiga en pánico, que no sucumba, que tenga la fortaleza necesaria
para que ambos salgan adelante, hasta que su ella, harta de la situación,
planea el escape del pequeñito de la habitación que los mantiene cautivos, y es
después de esto que la historia de Jack comienza a tener un nuevo sentido
cuando conoce el exterior, el mundo, la grandeza, la abrumadora y
desconcertante luz del sol y el calor que emana de él, la gente, y todo lo que
creía era una gran puesta en escena en la televisión.
La cinta es desgarradora de
inicio a fin, lejos de mostrar los hermosos rostros que rodean la mayoría de
las cintas norteamericanas, Abrahamson nos muestra el cansancio, la suciedad,
la desesperanza, el dolor, en la cara de Ma, y por el otro lado nos muestra la
ternura, la imaginación, la diversión, la inocencia, en el rostro de Jack, los
espacios se vuelven minúsculos, las entrañas de la habitación se corroen, se
pudren, como la vida de Ma en su interior, aún cuando quiere ser fuerte sucumbe
al miedo, al encierro, a la indefensión, a lo inesperado; la fotografía de
Danny Cohen cumple a la perfección con estas sensaciones, que nos llegan como
atroces planos fuera de foco, de gran tamaño que oscilan entre la podredumbre y
la desolación, cuan diferente se sienten los planos exteriores, llenos de luz,
mostrando la grandeza perdida, la esperanza que brinda la luz del sol, los
grandes espacios, comenzando por la enorme habitación de un hospital y sus
gigantescos ventanales que dejan pasar una enorme cantidad de luz proveniente
del exterior; la sensación de extrañeza de Jack la refleja también con el foco
de la cámara y el deslumbramiento, por la acogedora y protectora sensación de
estar cerca del lecho maternal, por los primeros planos del niño en brazos de
Ma, el trabajo de Cohen es excepcional y transmite a la perfección la postura
narrativa de Abrahamson, creando el tipo de atmosfera adecuado para situación.
La misma calidad e intensidad las tenemos en las actuaciones, Brie Larson y
Jacob Tremblay se adaptan a la perfección, desde el primer momento hasta el
último se siente el vínculo estrecho que sólo una madre e hijo pueden crear,
ambos se mimetizan para crear una película lacrimógena, devastadora,
arrolladora y entrañable, con sus momentos felices y amargos, como son todas
las relaciones humanas, sin dejar a un lado el perdón y el olvido, y la
redención que sólo puede alcanzar una madre y un hijo. La música, compuesta por
Stephen Rennicks, cumple su cometido y coadyuva a crear esa atmosfera de la que
he hablado, creando sensaciones de la mano de la imagen, llevando de la mano al
espectador entre el llanto y la felicidad, la conmoción y la admiración, la
desesperanza y el amor, haciendo que el film en su conjunto sea una pieza única
y con un mensaje devastador pero alentador.
Este tipo de cintas, que
recuerdan a muchas otras que se han filmado a lo largo y ancho del orbe (como
la mexicana “El castillo de la pureza” que filmó Arturo Ripstein en 1973),
muestran uno de los lados más denigrantes y perversos del ser humano, ese lado
que da miedo y pavor, que pareciera acechar a la vuelta de la esquina, que se
vuelve difícil de entender y explicar, en que momento un hombre toma la
decisión de tomar captiva a una chica y encerrarla por años, sin motivos o
razones aparentes, que no son producto de la ficción cinematográfica, estos
hombres existen, y viven o han vivido a lo largo y ancho del orbe, no son
producto de países sub desarrollados, son producto de la sociedad, de las
familias desintegradas, de los padres despreocupados por sus hijos, de la falta
de valores y orientación, de la desidia y de muchos factores que han
desensibilizado al hombre y lo han vuelto una maquina de posesiones, creador y
derrochador de dinero, despreocupado por el prójimo y angustiado por el “qué
dirán”, “cómo me verán”, llevando a los individuos a competir, consiguiendo que
algunos se aparten del “buen camino del trabajo y dinero” y sucumban ante estos
poderes, creando bestias capaces de hacer cualquier cosa con tal de llenar
vacíos existenciales creados por una sociedad narcisista. Lo alentador, y es el
mensaje de la película, es que ante todos estos escenarios desalentadores, el
amor verdadero puede existir, la esperanza fluye, como el milagro de la
creación en nueve meses en el vientre materno, cosas que deslumbran a más de
uno, que motivan a dar todo por una personita que se gesta lentamente, que aún
no tiene idea a lo que se va a enfrentar, pero que, a través de la madre,
comienza a conocer, una minúscula parte de ese mundo al que se va a enfrentar, creando
una relación única, porque la madre lo porta, la madre lo alimenta, la madre lo
lleva dentro y esa sensación seguirá, y sólo basta una mirada, un beso, un
abrazo, una lagrima para saber el enorme amor que una madre tiene por un hijo,
y todo lo que está dispuesta a sacrificar por él.
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